lunes, 18 de febrero de 2013

El escritor





El escritor mira a la pantalla en la que escribe con dedos ciegos, obedientes esclavos siguiendo las mudas órdenes que resuenan en su cerebro, una lluvia incesante de repiqueteos; tormenta, fragor y calma. Martillear de incansable eco, forja de candentes sentimientos a golpe de corazón, de momentos que se claven en el lector, donde brillar, o ser pasto de la herrumbre del olvido. Música de un río que a tramos fluye sereno, o se retuerce enfurecido, arrastrando almadías de frases hacia mar abierto, donde formar una isla, un refugio para la imaginación. Pasan las horas dejando caer minutos sobre su piel, arrastrando el polvo acumulado, en lágrimas negras, indeleble tinta de huellas perseguidas en sueños, los de un soñador que vive una doble vida, y en ninguna de las dos despierta. Que si cada persona es un mundo, cada escritor son mínimo dos, de los que fácil pierde la cuenta. Con palabras alimenta la siempre hambrienta fantasía, desencajando sus mandíbulas. Cuidadoso de no ser confundido con los gusanos de sedosas letras, mantiene la distancia de seguridad que la atenta cordura aconseja, aquella que le recuerda extender una mano de vez en cuando, hasta que alguien la coja, anclándole a la realidad de la que sin querer escapa, cual globo henchido de helio en manos de un niño. Jamás se vendió a las caprichosas musas, ni las esperó en sus solitarias noches, consciente de su mercenaria naturaleza. No es de ellas de quien se nutre su inspiración, sino de la pasión por lo que hace. Ella es su musa, y el amor, y la vida, todo aquello que le traen, y que sus sentidos como una esponja absorben. Para qué quiere musas, cuando para él trabaja la fiel curiosidad, que tantas cosas le ha llevado a aprender. Y la ilusión, y la capacidad de soñar, de sorprenderse, la humildad… todas a su servicio. ¿Para qué las traidoras musas? ¡Qué zalameras sus alabanzas cuando no se las necesita, y qué sordas cuando su ayuda es reclamada! Puzle de carne y hueso, en inmaculado blanco traza las piezas que le faltan, cubriendo oscuras lagunas, interrogantes de una existencia, en la que se descubrió desconocido para sí mismo, y a descubrirse, entregado se lanza, con dedos ciegos, que luz le traigan. Tinta no le hará falta, mientras la sangre corra por sus venas.