domingo, 15 de abril de 2012

Dîvortium interruptus




Resolver quién se quedaba con el piso o el coche, entre otras propiedades adquiridas por la pareja, llevó unos minutos sin que se produjera la más mínima discusión. El problema sobrevino cuando ambos reclamaron la piel del otro como suya propia, lanzándose como animales salvajes sobre la robusta mesa de caoba de la sala de reuniones del bufete de abogados.
-¡Por favor, señores clientes, un poco de seriedad! -les exhortó el que representaba a la mujer, tras recibir en un ojo el impacto de un botón de camisa.
-¡Modérense, por amor de dios! -reclamó el otro al verles rodar sobre la mesa, unidos en un voraz abrazo.
-Al traste con el tercer intento de firmar el divorcio -dijo abatido su colega, llevándose las manos a la cabeza. Los dedos del hombre, firmemente anclados al trasero de ella, no dejaban lugar a dudas.

martes, 27 de marzo de 2012

Morirás pasados 7 días





Así de simple. Es una mala noticia, lo sé, justo aquella que nadie querría oír. Darla tampoco es agradable. Siete días de vida a partir de este momento. ¿Qué piensas? No lo esperabas, ¿quién lo hace?, y crees que no es justo, que todavía tienes muchas cosas por hacer, muchos sueños por cumplir. Llenaste listas y listas con ellas, creyendo que un día las harías realidad, lo sé, todos las hacen. Te aconsejaría que dejaras de perder este tiempo que te queda, y que ahora es más precioso que nunca, con pensamientos y preguntas inútiles. Siete días dan para mucho, aún puedes llevar a cabo parte de lo que has ido dejando pendiente creyendo que ya tendrías tiempo. Que gran error el pensar que lo tendremos, porque sólo se tiene. No cabe utilizar el futuro con él. Lo que tengas que hacer o decir, que sea ahora. Te preguntas quién soy, cómo puedo saberlo, yo que parezco un mortal más. Puedes llamarme Muerte. He caminado paciente a tu lado desde el día que naciste. Has notado mi presencia en más de una ocasión. ¿No lo crees? Pareces empeñado en perder el tiempo que te queda con preguntas. Nunca os cansáis de hacerlas. Pasáis la vida sumidos en ellas. La desperdiciáis. Si hicierais más en lugar de preguntar tanto… ¿Recuerdas cuando aquella persona a quien tanto amabas te abandonó por…? Sigue doliéndote. Tus ojos te delatan, al igual que el silencio de tu respiración. Recuerdas, y te odias por ello. Aquel día, los que le siguieron como hilera de hormigas, tu corazón no era más que un amasijo de palpitante dolor. Te lo habrías arrancado si hubieras tenido el valor suficiente, la cobardía suficiente. Ahí estaba yo, acariciando ese corazón que deseaba morir, acallar su voz. Lo tenía entre mis manos, a la espera. Pero sacaste fuerzas para darte tiempo; aunque, desgraciadamente, no lo aprovechaste. Y aquí estamos. Ya no hay más. Los granos de arena en tu reloj son tan pocos que se pueden contar. Equivalen a esos siete días. Pareces aliviado a pesar de ello. Acabas de comprender que eres libre para luchar por lo que quieres, para equivocarte y aún y así poder volver a intentarlo, que no hay más límite que tú mismo. Ese era el camino. No te preguntes por qué lo abandonaste, ¿para qué? Síguelo. Haz. Son siete días, sí, comprendo que te parezca muy poco ahora que has abierto las alas y liberado el hambre de vivir. Te diré algo que debería ayudarte a verlo de otra manera: la eternidad puede estar en un segundo. Y no se te ocurra ponerte a contarlos, como haría un necio; cógelos y haz que su valor sea el que tú desees que tengan. Sonríes, me alegro. Hasta dentro de una semana, cuando vuelva para soplar el último de tus latidos.”




viernes, 16 de marzo de 2012

Inviernos (III): Ser abuelo, ser nieto



El milagro de la luz Anto © 2005

Sobre las paredes encaladas de la recogida cocina danzaban un par de sombras, al son del aleteo de las llamas en el hogar, que devoraban con sus abrasadoras lenguas un par de troncos a medio consumir. El abuelo, acomodado en una mecedora tan vieja como él, la hacía crujir con un ligero vaivén, apoyados sus brazos sobre los de ésta. Sus ojos cerrados le hacían parecer dormido. En una silla junto a él se encontraba su nieto de siete años, con los codos apoyados sobre las piernas y la cabeza reposando entre las palmas de sus manos. Observaba el baile de las llamas arrancando vivos destellos de la madera de pino, el crepitar de la corteza al arder, como unos fuegos artificiales en miniatura. Aparte del hipnotizador espectáculo, y la sonora respiración de su abuelo, nada más rompía el silencio.
Los padres de Miguel habían creído que sería bueno para él pasar el fin de semana con su abuelo, al que también le vendría bien un poco de compañía. Con lo que no contaban era con la nevada que caería esos días, y que les dejaría aislados casi una semana. Para Miguel supuso un gran contratiempo, pues hasta ese momento apenas había tenido relación con el padre de su madre. Además en aquella vieja casa en la montaña no había nada con lo que entretenerse, ni siquiera tele. Mucho se arrepintió de no haber insistido más para que sus padres le dejaran llevar la Nintendo DS.
Un escalofrío recorrió el cuerpo cansado del anciano, haciéndole abrir los ojos. Finalmente el sueño le había vencido. Miró hacia la lumbre y sólo encontró el brillo apagado de unas pocas ascuas entre el montón de ceniza.  Su nieto seguía en su silla, ahora encogido sobre sí mismo, con los brazos cruzados para no sentir tanto el frío, sobre todo en las manos.
-El sol no tardará en esconderse tras las montañas -anunció el anciano echándose hacia delante con esfuerzo-. Habrá que ir a por leña, o acabaremos congelados. ¿Puedes ir a la leñera y traer unos cuantos troncos?
-¿Yo sólo? -dijo Miguel, despertando del ensimismamiento provocado por el aburrimiento.
-Sí -le confirmó con una sonrisa-. No temas, está aquí al lado, y los lobos no suelen acercarse a la casa hasta que cae la noche.
-¿Lobos? Mis padres no me dijeron nada de eso.
El abuelo rió al ver la cara de miedo que ponía.
-Hace mucho que el hombre se encargó de hacerlos desaparecer. Lo más salvaje que te puedes encontrar es un ciervo despistado que viene a comerse los brotes tiernos de los almendros. Vamos, date prisa, que el frío aprieta.
Su nieto no se movió ni un milímetro de su silla.
-Aunque no haya lobos, los troncos siguen pesando demasiado para mí, y la nieve me cubre hasta la rodilla. Si mis padres estuvieran aquí no dejarían que lo hiciera.
-Pero tus padres no están aquí. Es una buena oportunidad para madurar, ¿no crees?
-Sólo tengo siete años, todavía no tengo por qué madurar.
-No digo que tengas que dejar ya de ser un niño para convertirte en un hombre. Aprender también es madurar, y tú eres apenas una hoja en blanco, sobre la que veo se ha escrito más de un pensamiento o creencia equivocada.
-Soy un niño, me haré daño en las manos -insistió Miguel en su negativa.
-Tienes guantes para protegértelas.
-Se me congelarán los pies.

Anto © 2005

-Te dejaré las botas que utilizaba tu madre cuando tenía tu edad.
-Está muy oscuro dentro de la leñera -siguió buscando excusas para no ir.
-Llevarás un linterna, por eso no temas.
-Seguro que hay ratones y arañas.
-Los hay, ya lo creo -tuvo que admitir esta vez.
-¡No quiero! -le gritó levantándose de la silla y apartándola de un empujón.
El anciano suspiró y se recostó de nuevo en el respaldo de la ajada mecedora, sin inmutarse por la violenta reacción del chiquillo.
-Un hombre comienza a hacerse desde el momento en que nace. Lo que vivas, lo que hagas de niño, influirá en gran medida en qué hombre serás. ¿Temes al dolor y al frío, o a no poder? -le interrogó mirándole a los ojos. Miguel cogió el atizador y, tras unos segundos, removió entre las cenizas para sacar al descubierto las últimas brasas. Se agachó y acercó las manos al leve calor que despedían-. Hay momentos en que para llegar al calor hay que atravesar antes el frío, y para ser fuerte afrontar primero la propia debilidad. Todo ello nos trae algún tipo de dolor. Si le tienes miedo, si no te ves capaz de superarlo, nunca se marchará de tu corazón. Se hará amo de él, y serás una marioneta en sus manos.
-Soy un niño, ¿por qué me dices esas cosas? -se encaró Miguel con el anciano, como si aquello no le pareciera justo- Mis padres jamás me han hablado así.
-Tus padres siempre tratarán de protegerte, es lo normal. Eso no quiere decir que sepan cómo hacerlo. La vida no te va a respetar porque seas un niño, deberías saberlo. Tienes que aprender a no tenerle miedo, o nunca serás libre. Hoy ese miedo se presenta en la forma de unos troncos, de nieve. En ellos ves el dolor de dañarte las manos, el frío. Las heridas se curan con el tiempo, el frío con el calor. El miedo es la primera piedra que se encuentra el hombre en su vida, y ha de apartarla tan pronto como pueda. De nada sirve esquivarla, te lo digo por propia experiencia, porque llegará un día en que se acumulen hasta tal punto que formen una montaña. Si en ese momento de su existencia decide escalarla, y superar todos los miedos, será libre y tendrá a su alcance el ser feliz. Si no, la rodeará, para comprobar como no tarda en encontrarse con otra, de proporciones superiores, porque no afrontar los miedos equivale a alimentarlos. ¿Y sabes que es lo peor de eso, Miguel?
El niño le escuchaba con tanta atención que se vio sorprendido por la pregunta.
-No.
-Que el miedo se alimenta de nosotros, hasta reducirnos a menos que nada. Nos devora desde dentro, empezando por el corazón.
Miguel escuchó aquellas palabras casi como el reo al que se anuncia su sentencia de muerte.
-Yo no quiero que me devore el miedo -dijo aguantándose las lágrimas, sentándose en la silla como si le fallaran las fuerzas.
-Eres mi único nieto, Miguel, y por circunstancias de la vida no he podido disfrutar de estar contigo todo lo que a un abuelo le gustaría -se sinceró con él-. Eres el último regalo que me dará la vida, y quiero ayudarte a encontrar la valentía que hay en ti. Sé que es mucha, tanta, que te sorprenderás cuando hagas uso de ella.
-¿De verdad, abuelo? ¿Y no volveré a asustarme de la oscuridad, o a sentirme pequeño delante de los demás? -preguntó animado, haciéndole partícipe de sus temores.
-Cuenta con ello -le prometió-. Y no te sientas pequeño, jamás, no lo eres, ni permitas que nadie te haga sentir así. Ahora hay ir a por esos troncos, si no queremos acabar como dos cubitos. ¿Me acompañas? -Y se levantó de la mecedora, con sus articulaciones quejándose como ramitas secas.
Miguel no necesitó que se lo repitiera, levantándose de un salto de la silla.
-Abuelito, me preguntaba si tendrías trineo para tirarnos por la nieve -le dijo camino de la leñera.
-Pues no -se lamentó, añadiendo al momento: Pero no te preocupes, que haremos uno entre los dos. Ah, y te enseñaré un lugar donde hay espadas de agua.
-¿Espadas de agua? Eso es imposible -dijo con mirada incrédula.
-Verás que no. Las cosas no siempre son tan imposibles como parecen o las imaginamos.

 Anto © 2005


Dedico esta entrada a mis abuelos, que tanto me enseñaron, y de los que sigo aprendiendo, aunque ya no estén.




viernes, 9 de marzo de 2012

Inviernos (II)



 Anto © 2005

"Nevó durante días, turnándose algodonosos copos con granos que parecían de sal, lo que los lugareños llamaban “diablillos”, y que al contacto con el rostro parecían erosionarlo, acentuando las grietas formadas por ojos entrecerrados para no verse dañados a su áspero contacto. Gran parte del paisaje desapareció bajo la nieve, como borrado por arte de magia."

 Anto © 2005

"El mundo frente a ella semejaba el interior de un gran congelador, donde se conservaba su perecedera belleza para que jamás se perdiera. La vida había sido ralentizada hasta parecer muerta. Aquella silenciosa blancura tenía el poder de engañar los sentidos. Por primera vez, sintió que el miedo era menos fuerte en su corazón, que ningún peligro acechaba.  Todo parecía más puro, inofensivo. Su risa y sus gritos de niña llenaron el espacio, sintiéndose extrañamente viva al llenar sus pulmones el frío aire. Corrió torpemente, tratando de evitar que sus pies se hundieran en la mullida nieve, hasta perder el equilibrio, dejándose caer sobre ella como si de una cama de blancas sábanas se tratara. Retozó, abrazándola, mordisqueándola, lanzando bolas a los árboles alrededor, hasta notar las manos heladas. Le gustó aquel mundo, desconocido hasta entonces para ella. Se sentía cómoda.
Con el paso de los días descubrió nuevos juegos, pero también comenzó a echar en falta el trajín que normalmente la rodeaba, los colores que alimentaban a diario su mirada; incluso ir al cole. Comprendió que la nieve era una agradable pausa en la rutina habitual, y que, tras cumplir su función, no debía paralizar la vida más de lo necesario."

 Anto © 2005

"Tras las costillas desnudas no quedaba rastro del corazón que un día latiera en su interior. ¡Cuántas almas la habitaron!, de las cuales no quedó ni un espíritu, sólo el polvo del olvido acumulándose sobre su vencido esqueleto.
En manos de la naturaleza reposa, que con el tiempo le dará la digna sepultura de nunca haber existido."

 Anto © 2005



domingo, 4 de marzo de 2012

Inviernos (I)



Anto © 2005

 “Despertó vestido de rocío, brillante traje, convertido en espinas de hielo al abrazo del frío. Y buscando su calor perdido, se hirió. Afiladas como agujas, crecían en ambos sentidos, hasta clavarse en su corazón, el más mullido alfiletero. Era tan agudo el dolor, que temeroso, su latir se prohibió”.

Anto © 2005

Anto © 2005

“Donde la luz mostraba cenizas, la oscuridad descubrió un incandescente tesoro. Allí, a plena luz del sol, se ocultaba de la mirada de miles de ciegos”.
“Reino de hielo y fuego”, de Karen Raybrig 

 Anto © 2005