Le despertó el frío en los pies. Pablo era tan inquieto en la cama, que debía haberse destapado, como era costumbre en él, no importaba si era invierno. Se dio la vuelta y buscó el filo del mullido edredón para cubrirse hasta el cuello. Extendió la mano tanto como pudo, tratando de no prestar mucha atención a ello para no despertarse del todo, sin encontrarlo. Abrió los ojos y vio que se había acostado sobre el edredón. Con razón tenía frío. Mira que su madre se aseguraba de que se tapase bien, pero… Se incorporó, sentándose en el filo de cama, y bostezó largamente, frotándose los ojos para acabar de alejar el sueño de ellos. Ya era de día, y bastante tarde, como vio en el reloj de Bob Esponja sobre la mesita. Miró a su hermano, Álvaro, durmiendo en la cama de al lado, y sonrió travieso, pensando en gastarle una broma. Se acercó de puntillas a él, y…
-¡Vamos, dormilón, que ha salido el sol! -le gritó al oído, echándose a reír a continuación. Álvaro ni se inmutó, lo mismo que si le hubiera gritado a la pared- ¡Despierta, que es hora de levantarse! -volvió a la carga, sin temor a llevarse una colleja de su hermano, de nueve años, dos más que él, y bastante mal genio cuando se enfadaba- Pues sí que está cansado -se dijo contrariado al ver que no se despertaba, decidiendo dejarle tranquilo.
Salió de la habitación y fue a la cocina, donde esperaba encontrar a su madre para que le preparase el desayuno.
-¡Buenos días, mamá! -exclamó henchido de alegría, listo para lanzarse a sus brazos y darle un cariñoso beso en cada mejilla.
Segundo fracaso de la mañana: su madre no estaba en la cocina. Siguiente parada, el comedor, donde estaba convencido de encontrarla, probablemente leyendo un libro, como hacía cuando su hermano y él se lo permitían. Acertó al cincuenta por cien, ya que su entretenimiento no era un libro, sino la tele. Parecía triste, algo raro en ella, que siempre tenía una sonrisa en los labios. La palidez de su rostro, y el largo pelo recogido de cualquier manera en una coleta, empeoraban la sensación. Además iba en bata, y su madre era de las que se arreglaban nada más levantarse.
-¿Qué te pasa mamá? -le preguntó, preocupado al ver que no le prestaba la más mínima atención. No obtuvo respuesta.
Se acercó y posó una mano sobre la suya. Su madre se estremeció apenas la tocó, pero siguió sin hablarle ni mirarle. Tenía la vista fija en la pantalla del televisor, como si hubiera en ella algo mucho más interesante. Era un video de él y su hermano, de muy pequeños, jugando en un parque.
-Mamá, hazme caso -le pidió, comenzando a sentirse mal por su extraño comportamiento.
Su madre ni le miró. Cogió el mando del reproductor, y detuvo la imagen en un primer plano donde Pablo sonreía feliz a la cámara.
Sonaron unas llaves en la puerta de la entrada, y apareció su padre, devolviéndole la sonrisa que mostraba congelada la pantalla.
-¡Papá, mamá está muy rara, no sé…! -comenzó a decir de carrerilla, callando al ver que traía un gran ramo de flores de todos los colores. “Mi padre sí que sabe. Seguro que también ha visto que está triste, por eso ha ido a comprarle flores para alegrarla”, pensó orgulloso.
Su padre pasó a su lado como si no existiera, y se agachó frente a ella, mostrándole las flores.
-Mira, he traído las más bonitas que he encontrado -le dijo mirándola con amor a los ojos-. Venga, vístete, o se nos hará tarde -La cogió delicadamente de la mano, intentando animarla con ello a levantarse del sofá.
La mujer se mantuvo sentada, con la mirada perdida más allá de su marido. Él se giró, y vio la imagen de su hijo en el televisor. Sin decir nada, cogió el mando a distancia y lo apagó.
-Enciende la tele -le ordenó ella, con una voz que su hijo no reconoció.
-Después, cuando volvamos.
-Sabes que no voy a ir a ningún lado.
-Yo no puedo ir solo. No puedes pedirme eso.
-Haz lo que quieras, yo no te he pedido nada.
-Tenemos que ir, los dos, es importante -insistió, casi rogándole con la mirada.
Pablo miraba a uno y otro, y no entendía qué estaba ocurriendo, dónde tenían que ir, ni qué tenían que hacer.
-¿Papá, mamá? -trató de llamar su atención, inútilmente.
-No voy a ir a ningún lado, no insistas -Dio el tema por zanjado.
-Sé que es pedirte mucho, en el estado en que te encuentras, pero…
-De acuerdo -dijo levantándose con lentitud del sofá. Cogió el ramo de flores de las manos de su marido, que suspiró aliviado, y las olió con una profunda inspiración, para inmediatamente después…-. ¡¡¡No, no, y NO!!! -gritó fuera de sí, comenzando a golpear furiosamente el ramo contra la pared, con rostro desencajado. El aire quedó sembrado de pétalos en apenas un instante- No puedo -dijo derrotada, mirando los tallos desnudos, quebrados, y echándose a llorar-. No puedo ir a un lugar donde esto es lo que quedará de mi hijo. Unas simples flores no pueden devolverme nada de él que no tenga ya, sólo quitarme las pocas fuerzas que me quedan. No me puedes pedir que vaya a visitar su tumba, por mucho que te quiera, porque no puedo, no puedo. Es aquí donde está -dijo tocándose sobre el corazón-, no en un frío cementerio -Y se abrazó a su marido para no derrumbarse del todo. Él la estrechó entre sus brazos, como ella sabía que siempre haría.
El pequeño Pablo les miraba con lágrimas en los ojos, comprendiendo por fin la tristeza de su madre, que le ignorara, el frío que sentía en su cuerpo, y que nada tenía que ver con la temperatura o que pudiera encontrarse enfermo. Pero no recordaba haber muerto, aunque eso tampoco le hubiera ayudado a aceptarlo. No, él estaba allí, le vieran o no, estaba allí, y debían saberlo, así dejarían de estar tristes.
-¡Estoy aquí! -gritó tan fuerte como pudo- ¡Estoy aquí!
-Necesitas descansar, cariño -dijo su padre, acompañando a su madre-. En la cama estarás mejor.
Seguían sin escucharle.
-¡Estoy aquí! -volvió a gritar, quemándole las lágrimas en las mejillas- ¡¡¡ESTOY AQUÍ!!!
Les siguió hasta la habitación sin dejar de intentarlo, intentando abrazarse a ellos, sin lograr atrapar más que el aire.
La cama seguía sin hacer. Su madre se tumbó sobre ella, y su padre la tapó.
-No te preocupes, yo preparo la comida -La tranquilizó con su sonrisa, acariciándole el pelo-. Además, seguro que Álvaro me echa una mano -La besó en la frente, y la dejó a solas.
Pablo ya no gritaba. Se acercó a la cama y se tumbó junto a su madre, bien cerca.
-Estoy aquí, mamá -le dijo en voz baja-. Siempre estaré.