domingo, 29 de diciembre de 2013

Vuelve mañana





Ahora que nadie nos oye,
Que no te pueden ver,
Sal de tu escondite de sal.
Ven, corre, susurro,
Y acúnate en mí esta noche.

Mañana te diré,
Si eres lo que tanto busqué,
Bajo la sombra de un ciprés,
Mecido por el viento del norte,
Que me traerá tu verdadero nombre.



martes, 24 de diciembre de 2013

La caja de Pandora





Erpmeis, oreiup et”, semejante a un latinajo se deshace a medida que las teclas empujan la punta de los dedos, haciendo saltar éstos en el aire como livianas palomitas, pasándoselos de una letra a otra en un juego de significados que se desvanecen para ser respirados boca adentro, camino al lugar donde nacieron. De vuelta al hogar abrigado para volver a ser, y dejar de serlo, entre latidos inversos.

Sus ojos beben el néctar de la tristeza desbordada en cascadas, la rabia salada surgida de la nada, mientras el minutero cierra sus propias cuchilladas, bebiendo la sangre derramada a su espalda, traicionada, traicionada, traicionada… Una canción que se ahoga con sus palabras, el disco rayado por el peso de una aguja demasiado afilada.

Quiere volver con su amo. El perro sonríe como un idiota. Es abandonado. El perro es apaleado. Apaleado a dos manos. Siempre sonríe como un idiota. Lo es. Lo sabe. Sonríe y mueve la cola.

No dejan de desfilar las pesadillas, “sod, onu, sod, onu”, invocadas del revés, acogidas por las fauces del miedo que las regurgitó un día. Y cuantas más llenan su boca más pequeño se hace. Pero no deja de sonreír, ignorante de que esta vez es su pellejo quien sufre el engaño. Le sobra confianza, porque todos creen en él.

Renace la pasión, en forma de dragón de pólvora negra que traga fuego y cenizas, se eleva al cielo atravesando nubes grises, para llover en miles de fuegos artificiales, cegadores, absorbidos por los agujeros negros de donde un día escaparon. Nacer y morir puede ser lo mismo. Nunca existió.

Aquí hincó la rodilla la memoria, ardió en un profundo sueño que nunca tuvo lugar. El mundo fue borrado y vuelto a crear. Algo quedó atrás, atrapado, y nunca volverá. Perdido.

“Dulces sueños… dulces sueños… olvida…“. Como un susurro ensordecedor. Así llegó. Quería quedarse. Abrió un huequecito entre las costillas con sus manos esqueléticas para aliviar el frío que anidaba en su interior. Ningún calor de este mundo lo hubiese conseguido. Sólo hacía su trabajo.

Un tren al que arrebatan su camino, y una mirada que devuelve la soledad al paisaje que se la regaló. Soledad de sol, y de luna, una.

El bolígrafo que esnifa la sangre que vierten las venas, como si la vida le fuera en ello. Por kilómetros se mide su locura, y no pierde la cabeza, sino que recupera la cordura. Hasta blanquear las hojas, libres de palabras, porque las palabras atan, y se pueden convertir en correa de una vida perra.

Una flecha para borrar, una flecha para responder. Una decisión. Sí. No. La respuesta la trae la verdad de lo que ves; si quieres ver. ¿Tienes madera de boxeador ciego?

Borrar. Su paso se aligera, aunque ya no corre. Lo hace el agua. Un viento que no ha de beber para evitar ahogarse. Sabe mejor respirarse, no olvidar quién es, qué quiere, y por qué vive.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Obsesión





Me sorprende cómo pierdes el tiempo, como si tu aprecio por él fuese poco, o ninguno. Porque sabes que lo estás perdiendo, ¿o no? Es el aburrimiento, supongo, la necesidad de llenar un vacío. Poco fruto vas a sacar de ello. Si pudieras ver que estás entrando en un círculo vicioso, de esos que al final se tornan enfermizos, casi con toda seguridad te detendrías y pasarías a otra cosa más positiva para ti. A mí me da igual lo que hagas, claro, no soy yo el que se marea dando vueltas y más vueltas en pos de un objetivo que se aleja con cada paso que das. Sólo es que no entiendo tu afán. Quizá ni tú aciertas a dar con el motivo que...
El perro, un dálmata, dejó de perseguirse la cola y le miró a los ojos, como si el significado de sus palabras hubiese captado de pronto su atención. La lengua le colgaba a un lado de la boca, seca por el esfuerzo.
–Es imposible que comprendas de qué hablo, pero sabes que te lo digo a ti, ¿verdad, amigo? –sonrió el hombre, echándose hacia delante en su sillón para acariciarle tras las moteadas orejas–. Escuchar es mucho más de lo que suele hacer la mayoría de las personas. Como te iba diciendo, harías bien en dejar tu cola en paz. Morderse a uno mismo no tiene nada de placentero; a no ser que te muerda una hembra. En ese caso la posibilidad de disfrute sería infinitamente mayor, te lo puedo asegurar.
El animal se tumbó y, dando muestras de una gran elasticidad, comenzó a lamerse sus partes pudendas.
–Sí, parece que has captado el concepto "hembra-placer". Lástima que eso es incluso más penoso que perseguirte la cola. Por Dios, ¡qué asco! ¡Para, Miller, o te quedarás ciego! –le amenazó.
Segundos después el perro volvía a dar caza a su larga cola.
–Sigue así y llegará el día en que no sepas si la persigues, o huyes de ella –Miller concentrado en su huidizo objetivo, hizo caso omiso, alejándose como un boomerang hasta tropezar con una silla–. Como tú veas. Ahí queda, por si un día te reencarnas en humano.


sábado, 9 de noviembre de 2013

S.A.



''Walking Gun'' (Laurie Simmons, 1991)


Hacía más de un año que no escribía –dijo mirando su vaso de cerveza sobre la típica mesa de acero inoxidable de terraza veraniega–. Año y medio. Tomaba nota de ideas para futuros escritos, pero nada más –Como si mereciera una recompensa por ello, Pablo dio un largo trago del líquido dorado, sintiendo el frío en la boca como una bendición.
–Lo echarías en falta –supuso Juan, reclinándose en su silla.
–Mucho.
–Pues has tardado en ponerle remedio. Escribir es parte de lo que da sentido a tu vida ¿no? Vamos, como si yo me pasara año y medio sin echar un polvo. ¿Estás loco? Antes me daría algo –bromeó.
–Tampoco compares. Para eso no se necesita imaginación –se defendió, aplaudiendo con una sonrisa la gracia de su amigo.
–¡¿Qué no?! –exclamó, haciéndose el ofendido– Si supieras la de cuentos que me tengo que inventar para llevarme a una mujer a la cama. Para eso sí que se necesita imaginación. Y si metes la pata no hay corrector de texto que lo enderece, genio, ni basta con hacer un tachón sobre el error para que desaparezca. Ya me gustaría a mí. Las mujeres no llueven del cielo; y menos sobre la cama de uno. Tú en cambio podrías conseguir ahora mismo un paquete de 500 hojas en blanco, una libreta, un portátil, o lo que te viniera en gana para ponerte a escribir. Te lamentas por puro vicio –lo acusó, y se echó a reír.
–No jodas…
–¿Joderte? Sí, necesitas que alguien te joda, pero no yo, por supuesto. En mi lugar ya te habrías muerto, de tanta sequía.
–Hurgando en la herida, ¡qué cabrón eres! –dijo Pablo con aparente desánimo.
–Me lo pones a huevo, tío.
–Porque sé que me lo dices desde el cariño, que si no te pateaba el culo.
–Por eso me aprovecho. Es una de las cosas buenas que tiene la amistad.
–Mi vida sexual es muy triste, lo admito –Juan asintió con vehemencia–. Lleva tiempo ausente, quizá perdida en una dimensión paralela, donde me estoy hartando de follar –Juan negó con tanta rapidez y convencimiento que Pablo le deseó una breve pero dolorosa contractura de cuello–. No, en serio, lo de escribir de nuevo me está costando un mundo. Me siento como envenenado por dentro, y no ayuda saber que eso se va a transmitir a mis palabras –Hizo una pausa y dio un sorbo a su cerveza, que le pareció más amarga que momentos antes–. Por eso he tardado tanto.
Juan lo miró comprensivo, casi lamentando haberse metido con él.
–Es bueno sacar la basura –le dijo–. Es de tontos dejar que se acumule hasta hacernos reventar. Y estás en tu derecho. Dudo que vayas a hacer más daño del que te han provocado a ti.
–Trato de evitarlo. Como siempre.
–Yo no lo haría. En esta vida tenemos que aprender de las cosas malas que nos ocurren, verles el lado positivo por complicado que sea, y demás palabrería que se dice, pero cuando es al revés, ¿qué? Si hago daño a algo o alguien, ¿me voy de rositas? ¿Qué justificación tiene? –A medida que hablaba, Juan se iba calentado– ¿Acaso joder a los demás es un mal necesario?
–Ves, te está ocurriendo justo lo que no quiero que me pase a mí cuando escribo.
–Me cabrea, no puedo evitarlo.
–Pues hay que hacerlo. Dejarse llevar por ese sentimiento sólo contribuye a seguir padeciendo.
–Para mí no es tan fácil olvidar cuando me joden. Malditas mujeres –se lamentó, poniendo nombre al problema.
Pablo no pudo evitar la risa.
–Sí, malditas porque no puedes pasar sin ellas.
–¡Y qué cierto es! –exclamó riendo– Malditas doblemente por ello.
–Siempre jugarán con ventaja. Tramposas –le siguió la corriente.
–Eso es irremediable. La evolución se encarga de ello: cada día están más buenas. Sólo hay que echar un vistazo a la representación de la belleza femenina en el arte de cada época para darse cuenta –reflexionó.
De una mesa que estaba a unos metros de la suya les llegó un a medias silenciado “Dios, pero que machistas”. Juan se volvió lentamente y observó a un grupo de mujeres. Debían rozar la treintena, como ellos. No las sorprendió, porque los miraban abiertamente a ambos, aunque el interés parecía centrado sobre todo en él.
–¿Machistas? –dijo dirigiéndose a ellas con su sonrisa más encantadora– Presente. ¿Alguna quiere mi número de móvil?
Las caras de sorpresa que provocó le hicieron reír. Una de ellas dejó escapar una risita nerviosa, que trató de ocultar sin éxito con una mano.
–Descarado –lo acusó una morena con pinta de tener muy malas pulgas.
–Culpa de la machista de mi madre –le contestó Juan levantando su vaso de cerveza en un brindis–. Luego hablamos –se despidió con un guiño de ojo a la chica de la risita, que se puso casi tan roja como el tinto de verano que tenía frente a ella.
–Tío, tienes más peligro que un saco de bombas –le dijo Pablo, conteniendo la risa.
–Hay que saber defenderse si no quieres que te coman vivo. Bueno, y volviendo a lo que me estabas diciendo: ¿de qué va lo que has escrito?
–De algo que no se viera afectado por el mal rollo.
–¿Sin mujeres? –Pareció extrañado.
–Alguna.
–¿Entonces?
–De dos amigos que toman unas cervezas en una terraza de verano un sábado cualquiera, mientras se ríen un poco de la vida.
Juan lo miró atónito.
–Ya te vale, ¿y para eso año y medio de espera? Se te habrá reventado una vena de tanto esfuerzo –se burló.
–La cuestión es echar la bola de nieve a rodar.
–Pues nada, que ruede –Buscó al camarero con la mirada y…–. ¡Jefe, nos trae otro par de cervezas! ¡Y a esa chica tan guapa de ahí le pone otro tinto de mi parte!